Por ALBERT BANKS
Considerado como uno de los reverendos estadounidenses más populares y más leídos de finales del siglo XIX y principios del XX, el pastor Thomas Dewitt Talmage ministró el Evangelio de Jesucristo y llevó a los pies de Dios a multitudes de personas abrumadas y afligidas por los problemas y los contratiempos cotidianos. Cada semana, sus prédicas, que eran reproducidas en alrededor de tres mil quinientas publicaciones de América, Europa y Asia, tocaron los corazones de más de treinta millones de almas.
Enviado por el Señor para transmitir su Palabra en una época de grandes cambios a nivel social, económico y científico, el siervo Thomas Dewitt nació el 7 de enero de 1832 en una granja de la localidad de Bound Brook, situada en el estado de Nueva Jersey, y fue el último de los doce hijos de los creyentes Catharine Van Nest y David Talmage. Sus progenitores le inculcaron las enseñanzas del Redentor y lo instruyeron para amar a Jehová con todo el corazón.
Criado para considerar la pereza como algo abominable, contó con una familia que lo impulsó, desde pequeño, a leer las Sagradas Escrituras. En su niñez, junto a sus padres y sus hermanos, dedicó todos los días un tiempo de adoración al Altísimo. Formado con disciplina y fe, observó además cómo su papá dirigió reuniones de oración en su comunidad. Asimismo, se nutrió con el interés de su mamá por la salvación de las ovejas descarriadas, los inconversos y los idólatras.
Inclinado a analizar no solo la Biblia, sino también todas las obras teológicas de la biblioteca de su padre y los diversos libros de sana doctrina que llegaron a sus manos
a través de sus parientes, aceptó al Mesías como su Salvador a los dieciocho años. Sucedió un día que el evangelista Truman Osborne, un obrero de Cristo, acudió a su hogar y narró la parábola de la oveja perdida. Entonces, empezó a meditar sobre su futuro espiritual. Semanas después se entregó a Dios.
MISIÓN ESPIRITUAL A los diecinueve años, luego de prepararse en la casa de un pastor, ingresó a la Universidad de Nueva York donde se formó para ser abogado. Sin embargo, las oraciones de sus padres para que predicara el Evangelio transformaron su rumbo terrenal. Más tarde, consciente de su misión espiritual, fue admitido en el Seminario Teológico Reformado Holandés de la urbe de Nueva
Brunswick. De este modo, se comprometió a difundir y proclamar el camino de la verdad y la vida.
En la institución de Nueva Brunswick, meditó sobre la posibilidad de ir a tierras paganas para llevar el mensaje del Creador. Además, sobresalió como un estudiante que aprovechó cualquier ocasión para hablar de las verdades bíblicas. En sus días formativos, con humildad pero con gran pasión, peleó asimismo la buena batalla de la fe y se presentó en diversas iglesias para pronunciar prédicas impactantes gracias a la valentía de distintos ministros que confiaron en su valor.
Designado reverendo el 29 de julio de 1856, tras graduarse del Seminario Teológico Reformado Holandés de forma satisfactoria, empezó sus labores pastorales en un templo del municipio de Belleville, situado en Nueva Jersey, donde pasó tres años de gracia y felicidad compartiendo la doctrina de Jesús. Según su propio testimonio, fue un tiempo memorable en su existencia, en el ganó muchas almas para Jehová, que cimentó con bases sólidas su quehacer evangelístico posterior.
En 1859, por órdenes divinas, aceptó el llamado de una congregación de la metrópoli de Siracusa, ubicada en el estado de Nueva York, para que asumiera el liderazgo de su feligresía. Desde el altar de esta casa de Dios y puerta del cielo, desarrolló un ministerio que lo encumbró como uno de los predicadores con mayor futuro de los Estados Unidos. Sus mensajes, basados en las Escrituras, atrajeron por tres años la atención de muchedumbres que se alimentaron con el maná celestial.
En 1862, a pedido nuevamente del Salvador, se trasladó a la ciudad de Filadelfia, un gran centro histórico, cultural y artístico del territorio norteamericano, para asumir las riendas de una iglesia que enarbolaba los principios de la Reforma. Entonces, gracias a sus esfuerzos en pro del cristianismo, su prestigio creció y alcanzó repercusión
nacional con sus prédicas, centradas en Dios, que durante siete años levantaron, ayudaron y sostuvieron a miles de hombres y mujeres.
El 22 de marzo de 1869, asumió el pastorado de un debilitado templo de la localidad de Brooklyn, conocida en el siglo XIX como “La ciudad de las iglesias” y hoy parte de la urbe de Nueva York, que tenía solamente diecisiete miembros. No obstante, en apenas tres meses, levantó una obra vigorosa de alcance mundial que perduró por espacio de veinticinco años. En todo este período venció la maldad, la inmoralidad, la degeneración y la perversidad que lo rodeaban con el bien.
Dotado de un estilo peculiar de irradiar las buenas nuevas, sus disertaciones bíblicas abordaron temas sociales de sumo interés, como el pecado, el alcoholismo y las tentaciones, y conmovieron por su exégesis diáfana. Orientado por el Espíritu Santo, preparó cuidadosamente cada una de sus predicaciones. En su púlpito, con elocuencia, habló siempre acerca del poder de Cristo.
La obra misionera de Talmage fue tan amplia que se extendió por gran parte de Europa y llegó incluso hasta África, Oceanía, Asia, América y Tierra Santa. Fueron muchas las veces que habló del Redentor en Francia, Suiza, Escocia, Inglaterra, Irlanda, Dinamarca, Rusia, Austria, Bélgica y Suecia donde evangelizó a una vasta cantidad de seres que lo oyeron ministrar las enseñanzas del Padre Eterno. Siguiendo las huellas de Cristo, visitó también Palestina, Siria, Egipto y recorrió Jerusalén, Belén, Getsemaní y el mar de Galilea y realizó un servicio un servicio en el monte Calvario. Además, llegó a La India, Australia, Nueva Zelanda y Ceilán.
En diciembre de 1894, el reverendo Thomas Dewitt Talmage dejó su cargó de pastor en Brooklyn y empezó una labor evangelística independiente que se prolongó hasta el día de su fallecimiento ocurrido tras una gira por México. El 12 de abril de 1902, mientras esperaba en paz el final de su vida, Dios lo llamó a su presencia y lo arrulló con su gran poder.
Así terminó la historia de un varón que, durante toda su existencia, se esforzó para lograr la evangelización de la humanidad.